Mi historia con el Opus Dei (I)
He estado pensando en escribir sobre mi experiencia con el Opus Dei. Iniciaré diciendo que a pesar de lo que viví les estoy muy agradecida, sin dudar enseñaría a mis hijos sobre las enseñanzas de San José María y siempre, antes que a ningún otro, acudiría a los sacerdotes del Opus Dei. Sin embargo, esta no es una historia de testimonio sino de decepción, rencor, dependecia...
Mi experiencia, al final, no fue buena y más bien me dejó tal resentimiento que provocó una ruptura con Dios.
Mi primer recuerdo de un Centro del Opus Dei fue como a los cinco años cuando una señorita de vestido rosa me preguntó que si quería un pan y me llevó a una cocina grandota que olía delicioso. Diré que el pan que escogí fue una deliciosa empanada rellena de mermelada de fresa porque esas fueron mis favoritas por mucho tiempo. Luego seguí corriendo con mis hermanos en ese enorme jardín, con partes empedradas, un enorme portón negro, un misterioso redondel, una fuente con peces dorados y abejas rondando las flores, además de, lo que entonces, me parecía una pequeña iglesia con ventanas grandes con barrotes, una banca de madera posada en un escalón que la hacía divertida, árboles tan grandes que cabía detrás de ellos, pasto seco que crujía al correr porque aún no había llovido lo suficiente para que estuviera verde.
Cada jueves, creo, después de la escuela, llegábamos a casa de una amiga de mi abuelita, esperábamos a que llegaran otras señoras y luego nos íbamos en una camioneta blanca, viejita, a Montefalco. Durante todo el trayecto rezaban el rosario en voz alta.
Cuando tuve más conciencia, sabía que ahí vivía la queridísma tía Mireya, no recuerdo mucho de la convivencia con ella pero sé que era una gran alegría verla. Cuando nos visitaba, nos enseñaba juegos muy divertidos, siempre llegaba con pan y su forma de vestir llamaba la atención. A veces llegaba con otras mujeres que me cohibían mucho pero siempre eran muy amables.
Así fue hasta que cumplí unos diez años, estaba segura que iría a la secundaria Antonio Caso, la mayoría iba a esa secundaría, las otras opciones eran la telesecundaria o la técnica. Sin embargo, mi destino parecía sellarse junto con el de mi hermano mayor cuando mis papás decidieron enviarlo a estudiar a El Peñón, escuela para varones, obra corporativa del Opus Dei. Con este acontecimiento, quedaba definido que mi destino sería estudiar en Montefalco, telesecundaria femenina.
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